CRÓNICA AL FINAL DEL CAMINO
EL NÓMADA XVIII
EL NÓMADA XVIII
Por Víctor D. Corcuera Cueva
Hace algunos meses atrás, durante una entrevista que me hicieron para
un diario nacional, comente a la periodista acerca de mi posición como caminante.
Le réferi que muchas veces uno se siente guerrero y campeón al llegar a lugares
que uno piensa ser el primero en estar allí. Sin embargo los reales guerreros y
campeones son la población local que diariamente en condiciones extremas sobreviven a la
ausencia del Estado Peruano.
Hace dieciocho años decidí descubrir lo que en
los libros de geografía e historia había leído. Gran parte de mi infancia y
adolescencia me sumergía en las enciclopedias y lecturas de historia, geografía,
viajes, cuentos, leyendas y mitos. Es así
que la segunda parte, del viaje de mi vida, comenzó cuando tenía apenas 17 años;
y durante todo este tiempo fue un constante descubrimiento. Cada viaje se
resumía a encontrar un Perú totalmente diferente a lo que los libros de escuela
o los medios de comunicación masiva informaban. Las grandes ciudades, nunca me
atrajeron, o mejor dicho las sentía muy agresivas y caóticas. Fueron en los
pueblitos y caseríos donde iría conociendo las diferentes realidades de los
compatriotas. Cada pueblo con su historia oficial y la clandestina, con sus esperanzas
y ausencias.
Con el tiempo, con errores y aprendizajes, he
continuado caminando; aprendiendo a callar y observar. En el sendero de los
olvidados he encontrado algunas respuestas, pero también indignación y muchas
preguntas que se pierden en el viento. Más los muros pétreos y de adobe son más
fuertes que los problemas; estos muros son la fortaleza milenaria y espiritual que nos dan el soporte moral para
continuar en la brega. La arquitectura sagrada, la planificación urbana, los
altares físicos e imaginarios, la red vial mejor diseñada que haya conocido
América, la sangre de las montañas transformado en brillantes mascaras,
pectorales, cetros- muchas veces cubriendo templos enteros-; el barro
transformado en monumentales templos y palacios; puentes colgantes que cruzan
infernales abismos; son entre otras
cosas, razones más que suficientes para continuar en la resistencia. Y si
sumamos la domesticación del territorio, flora, fauna y de cómo muchas de estas plantas son consideras
el futuro nutritivo de la humanidad. Entonces
comprendemos de cuán importante es conocer y respetar la historia de nuestros
ancestros andinos, de aquellos que desde hace más de 12000 años forjaron el trazo civilizatorio que
dieron vida a nuestras reliquias arqueológicas, a nuestra existencia.
Los
héroes y guerreros están allá, donde el Estado sigue ausente. Sin embargo continúan firmes y dignos, cuidando de la
preciada tierra, cuidándola de ese monstruo llamado “progreso”, el cual amenaza
con invadir sus parcelas para dejar infértiles huecos con olor a codicia.
Recordando al Poeta Universal César Vallejo Mendoza:
“Quiero escribir pero me sale
espuma.
Quiero decir muchísimo y me atollo;
no hay cifra hablada que no sea suma,
no hay pirámide escrita sin cogollo”
Quiero decir muchísimo y me atollo;
no hay cifra hablada que no sea suma,
no hay pirámide escrita sin cogollo”
Si algún
día nos vemos por primera vez, me gustaría que sea por el desierto,
compartiremos un sorbo de agua y una boleada de coca. Si es por segunda vez que
sea en la ruta de los ancestros.
Hasta
entonces.
Víctor D. Corcuera Cueva
Trujillo, el 31 de octubre del 2013.